miércoles, 25 de febrero de 2009

Bukowski

COMO SER UN GRAN ESCRITOR tenés que cogerte a muchas mujeres bellas mujeres y escribir unos pocos poemas de amor decentes y no te preocupes por la edad y/o los nuevos talentos. sólo tomá más cerveza más y más cerveza. Andá al hipódromo por lo menos una vez a la semana y ganá si es posible. aprender a ganar es difícil, cualquier boludo puede ser un buen perdedor. y no olvides tu Brahms, tu Bach y tu cerveza. no te exijas. dormí hasta el mediodía. evitá las tarjetas de crédito o pagar cualquier cosa en término. acordate de que no hay un pedazo de culo en este mundo que valga más de 50 dólares y si tenés capacidad de amar amate a vos mismo primero pero siempre sé consciente de la posibilidad de la total derrota ya sea por buenas o malas razones. un sabor temprano de la muerte no es necesariamente una mala cosa. quedate afuera de las iglesias y los bares y los museos y como las arañas sé paciente, el tiempo es la cruz de todos. más el exilio la derrota la traición toda esa basura. quedate con la cerveza la cerveza es continua sangre. una amante continua. agarrá una buena máquina de escribir y mientras los pasos van y vienen más allá de tu ventana dale duro a esa cosa dale duro. hacé de eso una pelea de peso pesado. hacé como el toro en la primer embestida. y recordá a los perros viejos, que pelearon tan bien: Hemingway, Celine, Dostoievsky, Hamsun. si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas como te está pasando a vos ahora, sin mujeres sin comida sin esperanza... entonces no estás listo tomá más cerveza. hay tiempo. y si no hay está bien igual.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Nublado

Lo que sigue es el prólogo y parte del capitulo 0 (cero) de la novela que escribí en el año 2003. si la querés completa comunicate con migo y te la acerco... gracias por todo. Prologo:Así es el agua, con su ineluctable condición de impedir que se impriman huellas en su espacio. Alguna vez, quizá, cuando los límites de la tierra eran desconocidos, se situaban los confines del mundo en los bordes del océano. Agua otra vez. Más allá la inundación. Aún más allá el mundo de los muertos, el mito. El cielo mismo se sospecha como límite. Afuera está la noche como un límite negro que contiene el mundo desconocido. Dios, hosanna en las alturas. Los fantasmas dentro de nosotros, tramando relaciones de compromiso entre lo psíquico y lo somático. Ahora que creemos haber medido las superficies de todo lo que vemos, ya no es posible echarle los misterios al agua. Inexistente borde de los miedos del hombre resultó ser el océano. El latifundio desconocido. Ese líquido camuflaje. Esa exuberancia de asociaciones, que consumada no es nada más que vacío. Aprendimos a usar las manos, la rueda, la máquina. Dimos la vuelta para espiar y revelamos la mentira de las tortugas sosteniendo el planisferio. Ya es hora. Se hace tarde para algunos, parados en el crepúsculo, para descubrir que los mitos se han refugiado en su interior con sus muertos y sus dioses. Sólo entonces volver a comenzar de cero. Porque hasta ahí, uno se comporta como si nada supiera y necesitase una instrucción preliminar. Se deberán librar infinitas batallas dentro de sí mismo para dominar esa rivalidad intuitiva. Soltar los malos espíritus que están en acecho. Liberar las legiones que no fueron criaturas vehementes que se hirieron con su propia arma, sino, sólo almas despojadas de su existencia, que padecieron martirio y mutaron en dolor. Monstruos, hijos de la imaginación que acosan cualquier navegación sobre la cama de hierro. Sólo si se puede sobreponer a la impresión que han causado, se consigue continuar el ascenso a la escalera de cero. ...Y volver a empezar... Capitulo 0: En esa casa vacía, queda un hombre, con una gota lacerándole la cabeza desde dentro, una duda. Hurgando una y otra vez en esa cicatriz que es pensar. Imposibilitado, este hombre, para traspasar por la delicada película ámbar, que teje el sueño. Sería incapaz de dormir, justamente, por la terrible tarea que conlleva la incredulidad. Se revuelca en la cama y cae al piso acurrucado y tembloroso. Luchar por no dar solvencia a los recuerdos que lastiman, a sensaciones que enajenan el pasado, tornándolo impersonal, estéril, y sobre todo, sospechoso de engaños, embustes que meten miedo. La mano sosteniendo la cara, los ojos lánguidos frente a la procesión inconexa de recuerdos y dudas. Nelson ha descubierto que el mundo no es lo que parece o, quizá, que el mundo aparente no es el único; el mundo real es sólo una parte de la mentira. Cruza la habitación para prender un cigarrillo, entrecerrando los ojos y rascándose la indolencia y el malhumor en la cabeza, abandonándose sin entusiasmo a la persecución del nebuloso sentido de sus pensamientos. Se empeña por darle alguna explicación a todo lo que le sucede. Una explicación cualquiera es mejor que ninguna explicación, mas el tiempo lo fue debilitando, convirtiéndolo en un animal enfermizo, temeroso, en virtud de la sumatoria de ausencias, de dolores y culpas.

martes, 17 de febrero de 2009

Divague analítico

PSICOANALISIS COMO LITERATURA Y TERAPIA El psicoanálisis puede ser considerado desde un doble ángulo: como forma de literatura, es decir, como una serie de relatos puestos en escena por parte del paciente y del analista: y como una terapia, o sea, como cura del sufrimiento psíquico mediante los instrumentos de la narrabilidad y de la compartibilidad de todo aquello que antes encontraba su expresión sólo a través del malestar y los síntomas. Es interesante bucear en los nexos entre narración e interpretación en el interior de la sesión analítica, y la evolución que el concepto de personaje ha tenido en literatura y en los diversos modelos psicoanalíticos. La puesta en esena del paciente no deja de sorprender como una invención, donde pierde importancia la realidad y gana en potencia la realidad psiquica.

viernes, 13 de febrero de 2009

Las palabras nos mueven

El hombre cae sin remedio hacia lo desconocido , ese instante en que las fuerzas de la gravedad ceden y el corazón se congela. No es posible sujetarse de nada concreto... entonces... las palabras realizan su trabajo.

Cuento cortísimo

Don Victorino, el adivinador ( 4to. puesto en certamen de club de pipa 2006- España) Sobre el estado de excitación de don Victorino poco queda por añadir. Ya no hay carcajada que no haya sido vertida. Sus ojos, ahora secos, miran con estupor los alcances de su descubrimiento hecho a fuego, tabaco y pulmón. Don Victorino, desconocido conde de Paso del Rey, hizo público la revelación y con él su teoría sobre las artes de adivinación en la lectura de los humos de la pipa. Hubo una idea atmosférica y de densidad en la génesis del desarrollo de su teoría, la cual fue ampliada con la introducción de herramientas provenientes del esoterismo y la física cuántica. También hubo desconcierto y por momentos el abatimiento intentó doblegar su empresa, no obstante, don Victorino prendía su pipa y leía en su humo los pasos a seguir. Hoy, desde el oscuro anonimato, le llegan noticias de las diferentes utilizaciones de su descubrimiento. Como muestras de sus provechos podemos citar por ejemplo que en Psiquiatría y Psicología se utiliza para realizar diagnósticos diferenciales, en el campo artístico, muchos creadores le echan mano para así poder concluir sus obras rebeldes. Lo sorprendente es ver como se le niega este arte de la adivinación a payasos de poca monta, ya que una de las condiciones básicas para su utilización es la grandeza de espíritu. Finalmente, cabe señalar que debido a las usurpaciones sufridas por el conde, éste mismo se prohibió continuar con la serie de adivinaciones, quizá, su movimiento haya sido premonitorio.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Sala de espera (Cuento)

"Cuando hables, procura que tus palabras sean mucho mejor que tu silencio" Manejar durante muchas horas es una experiencia agotadora. Especialmente si la ruta es monótona. Llevaba tantas horas con las manos en el volante del auto que ya llegué a sentirlo parte de mi cuerpo. Me dolían los talones por la posición inerte de los pies en el acelerador. A mi lado estaba Ana, dormía con la boca semiabierta. En ese instante recordé sus últimas palabras, “Cuando lleguemos, hacete cargo de arreglar ese problema” di tantas vueltas al asunto que perdí el norte del problema, mejor dicho de la solución, que quedaba tan lejana como nuestro punto de arribo. “Estación de servicio 2Km” decía el cartel que me devolvió las esperanzas de encontrarme con algún ser vivo amable, aunque más no sea por los instantes que durara la carga de combustible. Al bajar el ritmo del motor Ana se despertó y entre bostezos preguntó por dónde estábamos. “Ni idea” le respondí, “Nunca tenés idea de nada” me dijo acusándome de algo que yo conocía muy bien pero que dolía al escucharlo en boca de otro, mucho más de Ana, quien con el correr del tiempo iba desmereciéndome cada vez más. Comenzó a criticarme en privado, primero con algunas miradas o gestos descalificadores, pero, últimamente sus palabras más hirientes me las arrojaba delante de cualquiera, y yo, sentía que este cualquiera se compadecía de mí. Las luces de la estación de servicio aparecieron cortando lo monótono de la oscuridad del paisaje. Dejé el auto correr en su encuentro. La ruta era una recta perfecta. La velocidad fue disminuyendo, sólo tuve que pisar levemente el freno, hasta detenerme frente al surtidor. Ana dormía con un gesto de amargura en la cara. No quise despertarla. Bajé del auto y me encontré solo. No había presencia alguna de vida más que la que proyectaba la blanca luz que bajaba del techo. A unos 20 metros se veía un barcito de luces tenues y quizás ahí esté el despachante de combustible. Al comenzar a caminar hacia el barcito una leve brisa me envolvió en un remolino que me envió directo a mis narices el olor a transpiración de mi camisa blanca. Levante los brazos y hundí la cara en mis axilas y corroboré que era mío el perfume de agotamiento del largo viaje. Encendí un cigarrillo para matizar los olores y a los pocos pasos estaba parado frente a la puerta del bar. Antes de entrar pude ver varias personas dentro, pero el silencio era absoluto. Abrí la puerta y entré. Me pareció que nadie se percató de mi presencia. Fui directo a la barra donde se apoyaba un gordo envuelto en un pulover gris tan gastado como mi ánimo. Abrí la boca para hablarle y las palabras salían lentas, envueltas en el humo del cigarro. Pregunté por el despachante de combustible. El gordo me contestó sin hablar, sólo movió la cabeza en gesto negativo . Entonces pedí un café doble. El gordo volvió a repetir el gesto. Le pregunté si no tenía café y él me señaló la repisa a sus espaldas donde se veían unas botellas de licor tapadas de tierra, como si eso fuera lo único que se despachaba en el barcito. Pedí una grapa “Mariposa” me acordé de mi abuelo que siempre la tomaba. El gordo sacó un vasito de debajo de la barra se estiró para tomar la botella, la destapó y llenó el vaso hasta el borde. Le pregunté cuánto dinero salía el trago. El gordo volvió a repetir el gesto negativo y agregó un ademán con la mano como indicándome que me siente en una mesa del fondo y no lo moleste más. Caminé entre las pocas mesas y me senté en la mesa del fondo debajo de un televisor apagado. En el bar había dos personas más. Unos muy bien vestido, leía un diario amarillento y sobre su mesa había un vaso vacío del mismo tamaño que el que yo tenía delante mío. La otra persona era un joven al que no le ví la cara porque estaba recostado sobre la mesa en clara posición de estar durmiendo una borrachera densa. Busqué la mirada del gordo y éste miraba hacia afuera por la ventana. Miré hacia afuera, acompañando la mirada del gordo y no vi nada. Afuera estaba todo oscuro. Me sobresalté. Según mis cálculos ahí afuera deberían estar las luces de la estación de servicio, mi auto estacionado en la playa junto al surtidor, pero no había nada, sólo una densa oscuridad. El sobresalto pasó derrepente y me sobrevino una paz increible. A la mierda Ana, a la mierda los quilombos. Tomé la grapa Mariposa. Me pareció un elixir, un nectar de las ninfas. Me quedé así largo rato en silencio. A mi me pareció toda una eternidad.