sábado, 25 de julio de 2009

Flores rojas (relato desesperado)

Alguien, durante unos instantes, había compartido la oscuridad conmigo y, como señal de su presencia, había dejado tras de sí un aroma a flores, que se me ocurren rojas, quizás rosas. Sentí, entonces, el corazón martillándome con fuerza en el oído. Lo extraño fue que ese sonido me era extraño. Pero eran los latidos de mi propio corazón, el que últimamente sufría otro desengaño amoroso. Cuando nos abandonan, resulta durísimo permanecer en el mismo lugar y seguir viviendo solos, entonces, la solución más a mano que se me ocurrió, fue dejar de vivir. Que no se me mal interprete, nunca pensé en el suicidio. Escuché por ahí que esa drástica medida era una solución permanente para problemas momentáneos, así que lo deseché de cuajo. Además, nunca fui tan dramático. Sólo me dejé estar, sin producir ninguna modificación. En aquel pequeño mundo mío no se había producido ninguna innovación. Allí no había modas ni cambios. Ni vanguardias ni retaguardias. Ni progresión ni regresión. Nada crecía, nada moría. Pero al mismo tiempo conservaba un silencio absoluto en mi lugar, nada de música, ni televisión, ni siquiera me dirigía la palabra a mi mismo, para no perderme el más leve susurro. Las buenas noticias, en la mayoría de los casos, se dan en voz baja. Las cosas son muy confusas, pero debe existir una especie de vínculo entre ellas. Intentar desentrañarlas a toda costa debe ser contraproducente. Lo único que podía hacer era esperar en silencio a que vayan aclarándose por si solas. Hay cosas que no funcionan basándose en posibilidades o probabilidades y que no siguen ningún camino lógico. Se dan porque sí, suceden o dejan de suceder, porque forman parte del uno en un millón de los casos, son la excepción a toda regla y, así era yo, la pura oveja negra de los cálculos estadísticos, el cero que queda por fuera de las matemáticas. Esta historia no era tan sencilla como parece a primera vista, eso lo sabía yo. La historia escondía algo que yo desconocía. Así estaba, a mitad de camino de la locura y sumergido en un estado de somnolencia permanente, envuelto en una niebla espesa. Me perdí de vista a mí mismo. Desaparecí de mi campo visual. “¿Dónde estoy?” pensaba todo el tiempo. Aunque es tan raro hablarles del tiempo ya que nunca formó parte de esta historia. A veces recordaba la última noche que pasé con Mariana. Pero quizás, debido al agotamiento, el recuerdo era vago. Aquella noche hicimos el amor varias veces. Era un hecho irrefutable que ella así lo había premeditado, fue su manera de dejar en mí una marca para que el sufrimiento, que produciría su ausencia, me duela mucho más al recordarlo. Pero el silencio que guardaba, ese ascetismo en el que me había internado, hizo que el recuerdo se fuera disipando lentamente. No podía recordar su cuerpo con claridad. Tampoco podía recordar cómo habíamos hecho el amor. La imagen de mi mujer desnuda montada sobre mí, en alguna habitación del departamento, aparecía tan diáfana como si lo hubiera inventado en mis sueños, tanto como si yo lo estuviese improvisando en este momento. Sólo dos cosas quedaron grabadas en mi mente: aquel perfume a flores rojas y la reiteración del “Olvídalo todo”, frase que me susurraba Mariana aquella noche “Como si durmieras, como si soñaras, como si esto nunca hubiese sucedido” y en ese momento yo eyaculaba interminablemente dentro suyo. Era obvio que significaba algo. Y, justo por eso, el recuerdo de sus palabras y su perfume sobrepasaba con mucho la realidad que me rodeaba en esos días. Así permanecía, sentado en la cama con la espalda apoyada contra la pared fría, los ojos cerrados y en silencio. Extrañamente, la sensación de felicidad que me producía aquella dupla de recuerdos aún permanecía en mi interior como un rincón soleado. Y yo, en aquel rincón soleado borré de mí todo lo demás. Todo lo sucedido en los días anteriores, donde ella repetía “No quiero ver como te hundes, no quiero hacerme más problemas por vos” y las últimas frases fueron algo así como “No quiero apostar más por vos” Entonces allí me quedé, porque yo no puedo elegir por quien apostar. Ya hace mucho tiempo que no tengo noticias de Mariana, por lo visto ya ha desaparecido de mi mundo. Podría decirse que las personas van cayendo en el silencio, unas tras otras, por el rincón del mundo que me pertenece. Todas encaminan hacia allí sus pasos y, de repente, desaparecen. Para mí los días transcurren sin que suceda nada en particular. Tan anodinos que he acabado por no distinguirlos unos de otros. Pero, a decir verdad, conforme van pasando, cada vez me importan menos. Y así, inmóvil, en silencio, aguzando el oído para las buenas noticias, fue como me encontraron los paramédicos, alertados por mis vecinos de edificio, molestos por el olor que salía de mi departamento, que no era de flores rojas.

miércoles, 15 de julio de 2009

Whisky con papafritas (Cuento corto)

Al despertar, me encontraba terriblemente confundido y asustado. Por unos instantes, ni siquiera tuve conciencia de existir. Me temblaban las manos, así que decidí levantarme del sillón para prepararme un café. Una arcada me vino desde los más profundo de las tripas, tragé saliva y comprobé que tenía gusto agrio en la boca. La casa estaba totalmente a oscuras. Tropecé con un cuerpo a los dos metros del sillón y al escuchar su voz, recordé que no estaba solo. Era Ramiro, que se quejaba de mi pisotón. Prendí la luz del living y apareció su figura recostada en la alfombra. Abrió los ojos como pudo e hizo tintinear el hielo dentro del vaso de whisky, bebió un sorbo y lo depositó en el suelo, sin decir una palabra. Estaba con la camisa desprendida y la cruz que llevaba en su cuello brilló. Este pequeño resplandor me recordó, no sé por qué motivo, retazos de la noche anterior. Yo estaba solo en mi departamento, haciendo zapping en el televisor y a punto de quedarme dormido del aburrimiento, cuando sonó el portero eléctrico. Era Ramiro, que al entrar exhibió su típica sonrisa sarcástica en plena cara y una botella de J&B sin abrir en su mano derecha. Nos sentamos en el living, con el televisor prendido pero sin volumen, a comer unas papasfritas y a bebernos el whisky. Hablamos de pavadas durante un largo rato y, quizá por el efecto del alcohol, que todo lo afloja, la conversación fue tomando rumbos más serios. Ramiro se quedó unos instantes contemplando la luna, que flotaba en el cielo, por el ventanal. Era una luna clara, perfectamente redonda. En ese momento apagué la tele y el departamento quedó iluminado por ella, dándole un tono plateado a la escena. La pregunta que desencadenó mi seguidilla de confesiones fue la simple: “¿Hace mucho que no tenés noticias de Yasmín? Ramiro la lanzó sin mirarme, mientras hacía tintinear los cubitos de hielo en su vaso. Mi respuesta tardó unos instantes en recorrer el camino que comunica el cerebro con la boca y un instante después de pronunciarla me arrepentí, pero ya era tarde para volver atrás. Entonces, Ramiro, que hace mucho tiempo estaba enroscado con cierta clase de ideas energéticas, comenzó a relacionar mi separación con Yasmín con que la corriente del departamento estaba obstruida, que era de mal agüero, que seguramente, alguien que me odia, me había realizado algún trabajo de magia negra. “No puede ser, hace unos meses que todo te viene saliendo para atrás” me dijo. Yo permanecía en silencio, no sabía si tomarlo en serio o reírme en su cara. Él debe haber notado mi escepticismo, entonces comenzó a contarme una historia, sobre un amigo de un amigo, que al ser abandonado por su mujer fue a ver a su maestro, un tal Darko, que era el que lo instruía a Ramiro sobre todo este tipo de cosas. “Resumiendo -dijo, mientras se servía otro vaso hasta el tope- resulta que este tipo hacía unos días que andaba desesperado porque su mujer lo había abandonado sin motivo aparente, y Darko le dijo, luego de meditar unos instantes, que le habían hecho un trabajo. Dicho y hecho, vos sabés que el Maestro lo destrabó, partiendo un limón al medio, se lo dio a este tipo para que lo guarde en un cajón de su casa. El limón a los dos días estaba seco y de color negro oscuro, y la mujer volvió. Lo sorprendente del caso es que el trabajo se lo había hecho su propia madre y a la semana de que Darko rompió el trabajo negativo, encontraron a la vieja atragantada con unas semillas de limón en el patio de la casa, se ve que estaba disfrutando una limonada al fresco de la parra y Chan!!!… lo que se hace se paga, amiguito” Yo seguía sin creer en nada de lo que me contaba, y Ramiro lo percibía, así que reforzó su teoría con otra de sus historias: “Esta, no sé si debería contártela - dijo- pero para que veas lo que los trabajos oscuros le hacen a la gente incrédula como vos, te la cuento. Resulta que una prima de mi señora venía de desgracia en desgracia, primero perdió el trabajo, después se enfermó, hasta que la gota que le rebalsa el vaso fue que su novio la dejó por una amiga de ella, podría decirse que su mejor amiga. Entonces , por consejo mío fue a verlo al maestro. En este caso, Darko utilizó unas uvas que luego de chuparlas con mucho cuidado, se las dió a Clarita, ese es el nombre de la chica en cuestión, y se las hizo guardar en su cajón de la ropa interior. A los dos días las uvas estaban completamente secas y Clarita consigue trabajo, lo loco fue que su amiga y su ex novio tuvieron un accidente automovilístico en el que mueren los dos. La autopsia reveló unos días más tarde que el nivel de alcohol en sangre era altísimo. Enseguida lo relacioné con las uvas del maestro. Creer o reventar, amigo.” Recuerdo que las historias se sucedieron una tras otra, y yo, lejos de convencerme, continuaba descreyendo de los poderes del maestro Darko, pero para no contrariar a Ramiro y dejarlo conforme, le prometí acompañarlo a ver al maestro para que me aplique sus poderes. Estos recuerdos, trajeron a mi memoria un sabor amargo, sobretodo mi inoportuna promesa de acudir a ver a Darko, pero como suelo cumplir con mi palabra y por no estar dispuesto a soportar otra velada de anécdotas sobrenaturales, hacia allá fuimos. Ramiro estaba tan entusiasmado con mi decisión que hasta se pagó un taxi, quiza fue por miedo a que reaccione de lo que estaba haciendo y me escape. Finalmente, luego de un viaje de 20 minutos, nos detuvimos frente a un edificio viejo y descascarado que desentonaba con el resto de las casas bajas de la zona, humildes pero bien cuidadas. Ramiro abrió la puerta de entrada, utilizando una llave que sacó de su bolsillo. Atravesamos un pasillo que desembocó en una escalera, subimos dos pisos por ella hasta llegar frente a una puerta de madera. Luego de golpearla con suavidad, se abrió asomandosé una mujer delgada vestida con una túnica violeta. Nos saludó con dos besos a cada uno, uno por mejilla, y nos hizo señas de que nos sentemos a esperar en unos almohadones delicadamente acomodados al rededor de una mesa ratona. No tuve tiempo de nada ya que a los pocos segundos estaba frente a nosotros, un tipo alto, envuelto en una túnica violeta, idéntica a la de la mujer que nos abrió la puerta, con los ojos desorbitados y una barba desplolija, sin dudas era Darko. Miró a Ramiro y sin quitarle los ojos de encima dijo “Es él” Entonces me vino desde lo profundo de mis tripas un impulso irrefrenable de vomitar y ahí nomás mi boca se abrió y cual catarata, inundé la sala de papafritas y whisky. Me puse de pié y salí del lugar a los empujones. Mientras bajaba las escaleras corriendo, acudieron a mi memoria palabras de Ramiro “Los trabajos para hacerle mal a alguien se ejecutan haciéndole beber a la víctima su bebida preferida mezclada con una pócima especial”

martes, 14 de julio de 2009

¿Qué falta?

Lo importante no es lo que nos falta, lo que importa es qúe hacemos con esa falta

viernes, 3 de julio de 2009

Mujeres

¿Qué quieren las mujeres?, menuda pregunta que ni siquiera freud pudo responder, pero, en este artículo intentaremos buscar alguna aproximación tomando un recorte de lo que observamos, nosotros como hombres, meros testigos de su comportamiento. El tema bajo la lupa serán las operaciones estéticas en general y los implantes mamarios en particular. Desde el comienzo de estas prácticas quirúrgicas, nosotros los hombres, cuando se nos consulta acerca de nuestro parecer en el tema, si bien las respuestas son variadas, la tendencia se inclina hacia el desagrado de esos cuerpos extraños que se implantas en lugar de los senos. Que porque son exageradamente rígidos, sin respetar la normalidad de los de carne y hueso (tómese lo de “ hueso como un soporte meramente metafórico) Los que tuvieron la oportunidad de palpar estas prótesis, han concluido que son frías y poco elásticas. De todas estas manifestaciones de desagrado se concluye que la mayoría de los hombres piensa que son mejores unas diminutas tetas, que deben ser exhibidas con orgullo, antes que unos zeppelines en los que si se presta la debida atención se lee en su cara inferior el “made in china” que los delata. Hasta acá todo bien, pero… ¿Qué sucede entonces con este tipo de prácticas antinatura? No sólo continúan, sino que aumentaron en su número considerablemente. Podríamos lanzar al menos dos hipótesis al respecto: 1- Las mujeres son sordas. Hipótesis falsa, ya que varias publicidades de artículos femeninos se emiten por radio y los publicitarios nunca se equivocan. 2- A las mujeres no les interesa lo que los hombres opinan de ellas. Hipótesis que si al menos no podemos darle la categoría de verdadera, no se puede hasta ahora refutar por falta de argumentos. Pregunta: ¿Cuántas veces una mujer nos consultó nuestro parecer sobre algo estético y obró haciendo lo contrario de nuestra opinión? Respuesta: siempre. De todo lo anteriormente expuesto está claro que no podemos llegar a ninguna conclusión sobre el tema que nos ocupa “¿Qué quieren las mujeres?” aunque si podemos saber que a ellas no les interesa en lo más mínimo nuestra aprobación, así que, queridos compañeros, ni se gasten en emitir opiniones estéticas sobre indumentaria, calzado, combinación de colores y demás detalles sobre moda femenina, aunque, estén atentos, en no contradecir en algo inconveniente a sus mujeres, ya que será utilizado en su contra el día del juicio final u oportunamente en cada pedido de favores que realicemos.

jueves, 2 de julio de 2009

Ser escritor

Decidí ser escritor, y lo primero que supe fue que pasaría mucho tiempo viviendo y escribiendo sin poder plasmar una frase que se aproxime un poco a lo que quiero decir. También supe que de las millones de palabras que leería, quedarían miles para escribir y cientos que pasarían las sucesivas correcciones, de las que sólo diez me gusten y ni siquiera una me convencería verdaderamente de su sentido… entretanto deshecho manuscritos inservibles y disfruto gastando las teclas de mi computadora, a medio camino de la locura, soñando con publicar algo. He leído los clásicos, abrí mil veces la heladera para no sacar nada, y trato de sostener un pensamiento flotante que se deje llevar por las olas de la casualidad, porque he llegado a la conclusión de que Pienso donde no soy Puedo ser un ojo implantado en tu cabeza, Las tortugas que sostienen tu planeta, o, las alas humeantes del bombardero. Soy donde no pienso Puedo ser un tipo mirando para otro lado, El distraído sapo que saltó dentro del puchero, que mira desde dentro, es que soy yo mismo. Me nublo y en esta nube de divagues, por momentos creo acercarme a algo muy parecido a un escritor.