miércoles, 15 de julio de 2009

Whisky con papafritas (Cuento corto)

Al despertar, me encontraba terriblemente confundido y asustado. Por unos instantes, ni siquiera tuve conciencia de existir. Me temblaban las manos, así que decidí levantarme del sillón para prepararme un café. Una arcada me vino desde los más profundo de las tripas, tragé saliva y comprobé que tenía gusto agrio en la boca. La casa estaba totalmente a oscuras. Tropecé con un cuerpo a los dos metros del sillón y al escuchar su voz, recordé que no estaba solo. Era Ramiro, que se quejaba de mi pisotón. Prendí la luz del living y apareció su figura recostada en la alfombra. Abrió los ojos como pudo e hizo tintinear el hielo dentro del vaso de whisky, bebió un sorbo y lo depositó en el suelo, sin decir una palabra. Estaba con la camisa desprendida y la cruz que llevaba en su cuello brilló. Este pequeño resplandor me recordó, no sé por qué motivo, retazos de la noche anterior. Yo estaba solo en mi departamento, haciendo zapping en el televisor y a punto de quedarme dormido del aburrimiento, cuando sonó el portero eléctrico. Era Ramiro, que al entrar exhibió su típica sonrisa sarcástica en plena cara y una botella de J&B sin abrir en su mano derecha. Nos sentamos en el living, con el televisor prendido pero sin volumen, a comer unas papasfritas y a bebernos el whisky. Hablamos de pavadas durante un largo rato y, quizá por el efecto del alcohol, que todo lo afloja, la conversación fue tomando rumbos más serios. Ramiro se quedó unos instantes contemplando la luna, que flotaba en el cielo, por el ventanal. Era una luna clara, perfectamente redonda. En ese momento apagué la tele y el departamento quedó iluminado por ella, dándole un tono plateado a la escena. La pregunta que desencadenó mi seguidilla de confesiones fue la simple: “¿Hace mucho que no tenés noticias de Yasmín? Ramiro la lanzó sin mirarme, mientras hacía tintinear los cubitos de hielo en su vaso. Mi respuesta tardó unos instantes en recorrer el camino que comunica el cerebro con la boca y un instante después de pronunciarla me arrepentí, pero ya era tarde para volver atrás. Entonces, Ramiro, que hace mucho tiempo estaba enroscado con cierta clase de ideas energéticas, comenzó a relacionar mi separación con Yasmín con que la corriente del departamento estaba obstruida, que era de mal agüero, que seguramente, alguien que me odia, me había realizado algún trabajo de magia negra. “No puede ser, hace unos meses que todo te viene saliendo para atrás” me dijo. Yo permanecía en silencio, no sabía si tomarlo en serio o reírme en su cara. Él debe haber notado mi escepticismo, entonces comenzó a contarme una historia, sobre un amigo de un amigo, que al ser abandonado por su mujer fue a ver a su maestro, un tal Darko, que era el que lo instruía a Ramiro sobre todo este tipo de cosas. “Resumiendo -dijo, mientras se servía otro vaso hasta el tope- resulta que este tipo hacía unos días que andaba desesperado porque su mujer lo había abandonado sin motivo aparente, y Darko le dijo, luego de meditar unos instantes, que le habían hecho un trabajo. Dicho y hecho, vos sabés que el Maestro lo destrabó, partiendo un limón al medio, se lo dio a este tipo para que lo guarde en un cajón de su casa. El limón a los dos días estaba seco y de color negro oscuro, y la mujer volvió. Lo sorprendente del caso es que el trabajo se lo había hecho su propia madre y a la semana de que Darko rompió el trabajo negativo, encontraron a la vieja atragantada con unas semillas de limón en el patio de la casa, se ve que estaba disfrutando una limonada al fresco de la parra y Chan!!!… lo que se hace se paga, amiguito” Yo seguía sin creer en nada de lo que me contaba, y Ramiro lo percibía, así que reforzó su teoría con otra de sus historias: “Esta, no sé si debería contártela - dijo- pero para que veas lo que los trabajos oscuros le hacen a la gente incrédula como vos, te la cuento. Resulta que una prima de mi señora venía de desgracia en desgracia, primero perdió el trabajo, después se enfermó, hasta que la gota que le rebalsa el vaso fue que su novio la dejó por una amiga de ella, podría decirse que su mejor amiga. Entonces , por consejo mío fue a verlo al maestro. En este caso, Darko utilizó unas uvas que luego de chuparlas con mucho cuidado, se las dió a Clarita, ese es el nombre de la chica en cuestión, y se las hizo guardar en su cajón de la ropa interior. A los dos días las uvas estaban completamente secas y Clarita consigue trabajo, lo loco fue que su amiga y su ex novio tuvieron un accidente automovilístico en el que mueren los dos. La autopsia reveló unos días más tarde que el nivel de alcohol en sangre era altísimo. Enseguida lo relacioné con las uvas del maestro. Creer o reventar, amigo.” Recuerdo que las historias se sucedieron una tras otra, y yo, lejos de convencerme, continuaba descreyendo de los poderes del maestro Darko, pero para no contrariar a Ramiro y dejarlo conforme, le prometí acompañarlo a ver al maestro para que me aplique sus poderes. Estos recuerdos, trajeron a mi memoria un sabor amargo, sobretodo mi inoportuna promesa de acudir a ver a Darko, pero como suelo cumplir con mi palabra y por no estar dispuesto a soportar otra velada de anécdotas sobrenaturales, hacia allá fuimos. Ramiro estaba tan entusiasmado con mi decisión que hasta se pagó un taxi, quiza fue por miedo a que reaccione de lo que estaba haciendo y me escape. Finalmente, luego de un viaje de 20 minutos, nos detuvimos frente a un edificio viejo y descascarado que desentonaba con el resto de las casas bajas de la zona, humildes pero bien cuidadas. Ramiro abrió la puerta de entrada, utilizando una llave que sacó de su bolsillo. Atravesamos un pasillo que desembocó en una escalera, subimos dos pisos por ella hasta llegar frente a una puerta de madera. Luego de golpearla con suavidad, se abrió asomandosé una mujer delgada vestida con una túnica violeta. Nos saludó con dos besos a cada uno, uno por mejilla, y nos hizo señas de que nos sentemos a esperar en unos almohadones delicadamente acomodados al rededor de una mesa ratona. No tuve tiempo de nada ya que a los pocos segundos estaba frente a nosotros, un tipo alto, envuelto en una túnica violeta, idéntica a la de la mujer que nos abrió la puerta, con los ojos desorbitados y una barba desplolija, sin dudas era Darko. Miró a Ramiro y sin quitarle los ojos de encima dijo “Es él” Entonces me vino desde lo profundo de mis tripas un impulso irrefrenable de vomitar y ahí nomás mi boca se abrió y cual catarata, inundé la sala de papafritas y whisky. Me puse de pié y salí del lugar a los empujones. Mientras bajaba las escaleras corriendo, acudieron a mi memoria palabras de Ramiro “Los trabajos para hacerle mal a alguien se ejecutan haciéndole beber a la víctima su bebida preferida mezclada con una pócima especial”

1 comentario:

  1. Me atrapa tu forma de manejar los tiempos del relato. Ya me estaoy haciendo fan de tu blog

    ResponderEliminar