miércoles, 26 de agosto de 2009

Palabras (Cuento)

Las cosas deben aguardar su momento con paciencia, no adelantarse. “Cada cosa a su turno” pensó Juanjo, la miró fijamente a los ojos para decirle que había comprendido todo, pero las palabras seguían atascadas, sin salida. Dio media vuelta y salió de esa casa con las manos en los bolsillos. Caminó unas cuadras sin mirar atrás. Las palabras las carga el diablo, creemos que sólo dejamos salir de la boca las que nos convienen y de repente, una distracción, y aparece una que no fue llamada, metiéndose en el medio, entonces la conversación muda su sentido. Eso fue lo que pasó esa noche en la casa de Azul. Todo venía bien, la cena con velitas para dos, el vinito cosecha tardía aflojo los últimos tornillos atentos a sujetar represiones aburridas y, de un segundo para otro, la conversación mudó su sentido y los caminos del placer fueron desandados velozmente, instalándose entre ambos una película vilonta. De un fuerte ademán, Juanjo volcó una copa de vino sobre la meza. Si el clima fuera el anterior, ambos se hubieran reído de la situación y quizás se fundieran en un beso. Ese clima quedó atrás, con él los gestos de cariño y la sonrisa en la cara de Azul se transmutó en llanto, entonces comenzaron los reproches del tipo “Esto ya no es lo que era”, “antes hablábamos más”, “sé tan poco de vos”. Esta última frase llegó directamente al cerebro de Juanjo y armó un cortocircuito tal, que sin darse cuenta, escupió lo que no debía. Confesó eso que no correspondía. Se confesó autor del mensaje delator: “Tu novia sale con un compañero de trabajo, ahora está en el telo de Alsina y San Juan” le había mandado por mensaje de texto a Carlos, el ex de Azul. Los ojos llorosos de ella se apretaron para dejar escurrir las últimas lágrimas y se vistieron de bronca, tal vez de ellos salió el grito envenenado “¿Cómo se te ocurrió hacer eso?” Esa tarde, la del mensajito de texto indiscreto, al salir del Hotel alojamiento, Carlos bajó del auto estacionado en la vereda y los encaró. Juanjo se puso delante de Azul y ese gesto increpó aún más al novio engañado. Sacó su arma reglamentaria y les apuntó. La pareja se arrodilló, quizás creyendo que de esta forma se protegerían de las balas. Entonces sonó un disparo. Todo sucedió muy rápido. Carlos se desplomó sobre Juanjo, tenía la cabeza partida en dos, se había aterrajado un proyectil en plena frente, que luego de atravesarlo se incrustó en el cartel del Hotel, como si éste tuviese la culpa de los sucesos. Azul estaba tendida en el piso, la situación de tensión la había desmayado. Cuando despertó estaba recostada en la camilla de una ambulancia, rodeada de luces titilantes. La tarde había dado paso a la noche y con la calle cortada, el lugar estaba lleno de patrulleros. A Juanjo lo subieron en uno y se lo llevaron a la comisaría, pero luego de declarar quedó en libertad, no había cargos en su contra, estaba claro que Carlos se suicidó con su arma. “Lo mataste vos, entonces” dijo Azul, levantándose de su silla. Juanjo sólo tuvo que realizar un breve movimiento para darle un cachetazo que la sentó nuevamente. La confesión lo había dejado mudo, además, cada palabra que pudiese agregar lo hundiría más en la culpabilidad, ya que, lo que Azul no sabía era que él, presintió el final del encuentro desde que se le había ocurrido escribir el mensaje delator. Por los breves comentarios de Azul se veía que Carlos era un tipo conflictuado, que había sido separado como policía de las calles para hacer tareas de oficina por su falta de temperamento y sus características depresivas. Juanjo habló largo tiempo antes de tomar la decisión con su jefe de Tribunales, un Psiquiatra miembro del Cuerpo Médico Forense “Una persona así no es capaz de soportar una situación de pérdida” “si un tipo así se entera que es cornudo, se mata” dijo el médico, entonces él hizo un par de conexiones en su cabeza y el plan surgió solito, sin esfuerzo. A esta altura de la conversación y con este grado alcohólico de recuerdos, Juanjo respiró hondo y trató de calmar los ánimos “¿Cómo podés pensar algo así de mí? Preguntó, sabiendo la respuesta que intentaba ocultar, y se acercó a ella para abrazarla. Así, en silencio, se quedaron hasta que sonó el timbre de la casa. Era Olga quién llamaba a la puerta, furiosa porque había recibido un mensaje en su celular donde le decían que su novio estaba engañándola hace tiempo y, como frutillita del plato, le daban la dirección y la hora de sus encuentros. La puerta se abrió y la imagen desquiciada de la mentira ganó la escena. Un par de manotazos mal dados, algunos insultos sin sentido. Azul tomó su celular y se encerró en el baño. Desde allí escuchaba los gritos de Olga, algunas cosas que se estrellaban, vidrios rotos y, de pronto, todo en silencio. Las palabras son lo único que tenemos, pero éstos se quedaron sin nada. Se aseguró de que su listas de mensajes enviados esté vacía, dejó pasar un momento y se sintió segura de salir del baño. Ahí estaba él, parado, inmóvil frente al cuerpo de Olga, mirándola fijamente a los ojos. Aún reservaba esa ira que portaba al llegar. Las cosas deben aguardar su momento con paciencia, no adelantarse. “Cada cosa a su turno” pensó Juanjo, la miró fijamente a los ojos para decirle que había comprendido todo, pero las palabras seguían atascadas, sin salida. Dio media vuelta y salió de esa casa con las manos en los bolsillos. Caminó unas cuadras sin mirar atrás.

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