martes, 20 de enero de 2009

Primer entrega (jajaja)

La primer entrega es la que más cuesta. Se evalúa lo que uno va a entregar: se miden tamaños, se sopesan aguantes y se revisan espejos. En este caso no hice nada de esto, sólo, simplemente les brindo el cuento que tenía a mano en mi archivo. Isaak Babel, el autor de “Cuentos de Odessa”, coincidiría con esto, porque le hace decir a uno de sus personajes: “Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde”. Yo aún no he conseguido colocar los puntos en el lugar correspondiente... pero... lo seguiré intentando: Tanto va la mano al instrumento que al fin lo logra... Distracciones meteorológicas Andrés Luetto. (6 de diciembre de 2008) En el mundo puede darse la circunstancia de que llueva o la circunstancia de que no llueva, y en algún punto geográfico debe estar la línea divisoria entre ambas circunstancias. Hallar este punto, que presumiblemente debería tener la forma de una línea recta, donde de un lado cae agua y del otro no, sería una experiencia notable. Tal vez en este punto la atmósfera desorientada no sepa como comportarse, y nosotros, ventajeros eternos de momentos de distracción, incluso de distracción divina, porque este detalle en el que un ser humano común, e incluso ventajero como nosotros, pudiese ver esta línea divisoria debe ser, sin ningún lugar a dudas, una distracción de dios, un dios al que últimamente se le escapan demasiados detalles, tantos que pasaron a completar el todo de la situación. Como venia diciendo un ventajero como nosotros aprovecha las distracciones, los fenómenos meteorológicos poco comunes para sacar ventaja. Una mínima porción de segundo que alguien retira la vista de nuestra mirada y ahí está la oportunidad para sacar partido y ganar unos metros en la línea de partida. Aquella tarde, mirando al cielo en búsqueda de esta línea divisoria, lo invadió un impulso de curiosidad al pasar frente al negocio de zapatillas de la avenida y decidió entrar para probar suerte. Debió advertir que aquella primera sensación era el presagio de algo malo. Una mueca desagradable se advierte en su rostro, como si se hubiese llevado algo amargo a la boca, se le frunce el entrecejo y se le cierran levemente los ojos, quizá por algún destello que lo encandila. Pero como eran tan habituales estas sensaciones repentinas en él, no le hizo caso. Cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que desea, acaba por no saber incluso lo que quiere y el cerebro deja de funcionar con agilidad. Se pasó un buen rato contemplando el techo del local distraídamente. Aunque intentaba concentrarse en la tarea que debía realizar, su mente no lo seguía. Recordaba la noche anterior, los excesos cometidos en el aguantadero de la calle Ayacucho, la resaca que lo recibió esa mañana y las pastillas que debió tomar para encarar el día. Tuvo ganas de fumar, de llenar sus pulmones de humo, pensó que eso lo calmaría, pero no debía llamar la atención del guardia de seguridad del locar parado a sus espaldas con algo no permitido. Entonces se le ocurrió el plan “B”: sacar con cuidado una pastilla del blister y ponerla en la boca y de ahí directo a la garganta con un poco de saliva. A veces, cuando te encuentras en medio de desconocidos que no comparecen en tu presencia, pierdes la cohesión como ser humano y te sobreviene la certeza de que te vas disgregando progresivamente. Por supuesto, la medicación no recetada aporta lo suyo. El local que lo rodeaba, con la gente que circulaba a su alrededor es tan vasto que le resultaba difícil conservar el sentido de realidad. Su conciencia se iba fusionando junto con el paisaje y acaba por ser tan difusa la línea divisoria que no podía mantenerla aferrada a su cuerpo. Mientras esto le sucedía por dentro, y nosotros lo conocemos, por fuera era increíble su expresión de serenidad y nada parecía alterarlo. Una vendedora se le acercó. Él comenzó por mirarle los pechos ajustados dentro de la remera y luego dijo simplemente que estaba mirando que buscaba unas zapatillas. Se acercó a la repisa donde se exhiben las zapatillas, un poco para disimular y otro poco porque le gustan. Se sintió incómodo, se le cruzó la idea de abordar el trabajo, pero la idea siguiente fue la imperiosa necesidad de tener plata y siguió adelante. Miró el cartel de números electrónicos que marcaba los turnos en letras rojas y descubrió que el próximo que corriera sería el suyo. Esto también le dio la idea de que el tiempo seguía transcurriendo y que él no podía seguir perdiendo el suyo. Entonces decidió entrar en acción. La luz brilla sólo durante un brevísimo espacio de tiempo en el acto de vivir y debe ser aprovechada porque luego son sólo sombras que cubren la existencia. Una vez que se ha ido, si has fracasado en el acto de alcanzar lo que te has propuesto, no tendrás una segunda oportunidad. Y luego deberás pasar el resto de tus días en una profunda soledad sin esperanza, sólo poseyendo los restos efímeros de lo que pudo haber sido. Esto era lo que pensaba él y en ese estado de cosas, en esas circunstancias específicas, su mente había llegado a un estado de concentración tan exacerbado que había descendido hasta el núcleo de su conciencia, lo que lo conectó directamente con la tarea. Todo allí se baño de una luz brillante y las cosas estuvieron claras, sin dudas. Parecía un sueño muy bien dibujado, pero no era un sueño. Decidió acercarse a la caja donde había una vieja pasando la tarjeta de un cliente con una bolsa en la mano. Se puso detrás en actitud de esperar el turno. La vieja tardaba. El cliente delante suyo se impacientaba también, a pesar de tener toda la apariencia de tener su vida resuelta. La cobranza finalizó, el cliente se fue y, finalmente él pudo decir la frase que más le gustaba, la que masticó desde que entró en el maldito local “Dame toda la plata o te lleno de agujeros” acto seguido se levantó la remera para mostrar la culata de la 9 milímetros que llevaba en su cintura. En ese instante cesó el ruido del aire acondicionado del local, ruido en el que no había reparado hasta que no estuvo más llenando el espacio, homogenizando la sopa espesa de los sonidos del ambiente. Así suelen ser las cosas que están de fondo, cuando desaparecen dejan un vacío y nos hacen pensar en su importancia. Si a esta interrupción auditiva la llamamos meteorológica por ser del aire a condicionado y la relacionamos con la línea divisoria entre la lluvia y la no lluvia, entonces volvemos al principio del relato donde nos referíamos a este fenómeno como un punto de distracción, sólo que estos puntos débiles de los cuales él siempre se sirvió para tomar ventaja y realizar su trabajo, quizá por la resaca de la noche anterior o por las pastillas , o por todo junto, fue aprovechado por el guardia de seguridad que advirtió la maniobra del robo y victima de un impulso irrefrenable de gatillo fácil, le disparó por la espalda.

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